lunes, 26 de abril de 2010

LA TABERNA DEL IRLANDÉS (DONOVAN'S REEF, 1963)



Dentro de la extensa obra de John Ford, La taberna del irlandés supone el último resquicio abierto a una visión optimista de una comunidad humana en una época donde los últimos pasos de Ford en la dirección estaban marcadas por la amargura y el desarraigo. De forma similar a El hombre tranquilo (The Quiet Man, 1952), la ficticia isla de Haleakaloha (que en hawaiano significa “hogar de risas y amor”) es otro paraíso perdido al que va destinado un personaje ajeno tanto al sitio como a la forma de vida de sus habitantes, al igual que en el Inisfree irlandés.

Pero obviamente, guarda diferencias sustanciales que hacen que la película pueda considerarse una variación sobre fórmulas anteriores (en parte al estilo Hawks) en vez de un autoplagio fordiano. En principio tenemos la propia configuración de la fauna humana que vive en Haleakaloha, tan heterogénea como milagrosamente unida y armónica: la isla es de dominio político francés, tiene una importante población nativa polinesia que conserva a su reina, también existe un importante número de comerciantes chinos y recibe la ayuda del ejército australiano, aunque los que en realidad parecen manejan el cotarro son unos pocos exiliados norteamericanos autoexiliados tras la Segunda Guerra Mundial. Frente a la tradicional y fijamente establecida estructura que supone la idealización de Inisfree, la isla de Haleakaloha es una suerte de globalización donde prevalece el respeto entre las diferentes razas que dan cabida a la comunidad.

En segundo lugar, y significativamente, el trazado del personaje ajeno a la isla es totalmente inverso al efectuado en la parábola irlandesa, no sólo por tratarse de una mujer en vez de un hombre, también en el sentido físico y emocional. En El hombre tranquilo, el personaje de John Wayne era un emigrante que vuelve al refugio de la infancia huyendo del pasado y cansado del exterior, en cambio, la señoritinga de La taberna del irlandés abandona la rígida vida de Boston para abrirse al mundo y poder encontrarse con el pasado. Antes que la prototípica historia de la forja de la persona por el camino nos encontramos ante el descubrimiento de la humanidad, tanto física como emocional, que da el trato con todo lo opuesto a lo que uno es.

Y aún más, también cabe hablar de otro proceso de cambio en otro personaje, más sutil y difícil de apreciar: de los tres exiliados americanos, el Dr. Dedham tiene su motivación en la ayuda al necesitado, Gilhooley todavía es un espíritu itinerante y vivo al no asentarse aun cuando al lograrlo al final no cambie su actitud. En cambio, el protagonista, “Guns” Donovan, vive su aislamiento paradisíaco a todos los efectos, al margen de cualquier afecto emocional, como si entre él y el resto del mundo se interpusiera un muro, un arrecife nunca mejor dicho, y las peripecias que vive en la película le servirán también para lograr superar esas barreras y encontrar la felicidad por medio de su aventura amorosa.


Todo en la película es auténticamente fordiano, y si bien no está considerada entre los mayores logros de su carrera no deja por ello de ser una cinta excelente de ritmo imparable, con secuencias que fácilmente se podrían integrarse dentro de la basta colección de las mejores de su autor, con su sello personal inimitable, caso de la misa de Navidad en la destartalada iglesia, toda una pieza de equilibrio entre lo cómico y lo dramático; o el bellísimo momento en las montañas tras la oración de la joven heredera: acto seguido Amelia contempla el paisaje mientras las palabras de la niña resuenan por el valle y catárquicamente logra librarse de la ceguera que tenía respecto del exterior de su persona. Por no hablar de las antológicas peleas bañadas por el alcohol que recorren la película, donde cabe destacar la antológica idea que da partida a la primera de ellas, celebrando un cumpleaños conjunto entre amigos a puñetazo limpio, y curiosamente, coincidiendo también con el aniversario del bombardeo de Pearl Harbor.

Para todo ello, el maestro Ford contó con la inestimable ayuda tanto de John Wayne como de Lee Marvin, sencillamente pletóricos ambos, además de contar con un nutrido grupo de excelentes actores como Jack Warden, César Romero, Mike Mazurki, Marcel Dalio o una pequeña intervención del singing cowboy Dick Foran para dar cabida al nutrido grupo personajes habituales del director, dando lugar entre todos a una película hecha para disfrutar entre amigos, que consiguen transmitir plenamente al espectador la diversión que vive al otro lado de la pantalla. Pocos pueden presumir de lograr eso con facilidad, John Ford es un maestro de ese arte.


FICHA TÉCNICA

Dirección: John Ford.
Producción: John Ford, para Paramount.
Guión: James Edward Grant y Frank S. Nugent, según un argumento de Edmund Beloin.
Fotografía: William H. Clothier.
Música: Cyril J. Mockridge.
Montaje: Otho Lovering.
Vestuario: Edith Head.
Intérpretes: John Wayne (Michael Patrick “Guns” Donovan), Lee Marvin (Thomas Aloysius “Boats” Mulcahy), Elizabeth Allen (Amelia Dedham), Jack Warden (Dr. William Dedham), César Romero (Marqués Andre de Lage), Dick Foran (Oficial australiano), Dorothy Lamour (Miss Lafleur), Marcel Dalio (Padre Cluzeot), Mike Mazurki (Sgto. Monk Menkowicz), Edgar Buchanan (Abogado), Jon Fong (Mr. Eu), Jacqueline Malouf, Cheryline Lee, Tim Stafford, Chuck Roberson, John Qualen (voz), Cliff Lyons, Patrick Wayne, Frank Baker, Mae Marsh…
Nacionalidad y año: Estados Unidos, 1963.
Durción y datos técnicos: 1.85:1. Technicolor.

1 comentario:

  1. Magnífico comentario, en verdad. Mi enhorabuena.

    Y muy inteligente inaugurar el blog con esta reseña...

    ResponderEliminar